Al brillar un relámpago

 

Al brillar un relámpago nacemos
y aún dura su fulgor cuando morimos:
¡tan corto es el vivir!La gloria y el amor tras que corremos
sombras de un sueño son que perseguimos:
¡despertar es morir!

Rima LXIX, Gustavo Adolfo Bécquer

 

 

La noche de la violación, Gerardo va a volver a la casa. Tarde. Borracho, va a volver. Por aquella época vivirás deprimida, no lograrás conciliar el sueño. La única vía para acceder al descanso serán unas pastillas para dormir. Pero estas te sedarán de tal manera que no podrás defenderte esa noche, cuando a él se le ocurra penetrarte y eyacular adentro.

Son las cinco de la mañana. Llueve. Un Chevrolet estaciona frente al Hospital Ferreira, detiene el limpiaparabrisas, apaga las luces. El conductor desciende del auto, lo rodea y abre la puerta del acompañante. Ayuda a bajar a una mujer embarazada. El hombre lleva una bolsa colgada del hombro. Sostiene de la cintura a la mujer, avanzan a pasos cortos. El hombre se adelanta, abre el portón de ingreso y lo mantiene así hasta que la mujer lo traspasa. Caminan en línea recta, varios metros, hasta un escritorio. Sobre él, un cartelito —MESA DE ENTRADAS—; detrás, una silla vacía.  El hombre le indica a la embarazada que espere. Corre por un pasillo lateral. En menos de un minuto, vuelve, acompañado por una mujer joven. A los treinta segundos, se acerca un enfermero con una silla de ruedas donde sientan a la embarazada. La mujer joven le hace un par de preguntas al hombre y escribe las respuestas sobre una planilla. Luego suelta la lapicera y señala a la derecha. El enfermero empuja la silla en esa dirección.

Te van a llamar Analía. Vivirás una infancia feliz. Serás buena alumna en la primaria y aún mejor en la secundaria. Vas a comenzar una carrera. Allí conocerás a Gerardo. Sentirás que él te abre un cielo de amor. Se casarán. Pronto quedarás embarazada. Las ilusiones de Gerardo girarán alrededor de que concibas un varoncito. Pero nacerá una nena. Habrá sido un embarazo complicado. Te advertirán que no podés volver a gestar: tu vida correría peligro. Él se sentirá profundamente defraudado. En los años que siguen, aumentará su ego a expensas del tuyo, te disminuirá a fin de sentirse más. Con tu ayuda, él va a terminar su carrera; sin su apoyo, vos deberás abandonarla para dedicarte a tu hijita. Una vez que él logre su título, sentirá que no estás a su altura. Para este entonces el amor habrá desaparecido, y el sexo se habrá ido con él. Solo por tu hija seguirán bajo el mismo techo. Dormirán en camas separadas.

La silla de ruedas se detiene en medio de un pasillo, la mujer vomita. El hombre saca de la bolsa una servilleta y le limpia la boca. El enfermero hace una mueca y vuelve a empujar la silla. Entran a una salita con la puerta pintada de celeste. El enfermero se retira e ingresa una compañera suya de mediana edad, rubia. Ayuda a desvestir a la embarazada, le coloca un batín y una cofia. Entra un hombre con un guardapolvo gris, carga una jeringa con una ampolla, le indica a la mujer que se dé vuelta, que apoye las manos sobre una camilla, que inspire por la nariz y exhale por la boca. Clava la jeringa en la parte baja de la espalda, la mujer solloza, él oprime con lentitud el émbolo. La enfermera rubia abre un cajón y saca una bolsa transparente, la cuelga de un pie metálico, la conecta a una manguerita. Le dice a la mujer que se recueste en una camilla con ruedas, que adelante el brazo, que así, que muy bien. Pincha a la mujer en el antebrazo, le introduce una cánula, la fija con cinta, conecta la cánula a la manguerita. En un tramo, esta gotea. La enfermera observa las gotas y luego su reloj, regula una diminuta canillita de plástico, vuelve a observar su reloj.

Voy a tenerlo, dirás cuando Gerardo te ofrezca el aborto. Voy a tenerlo, dirás, y tus piernas temblarán cuando él te diga lo que ya sabés por los médicos: que esa gestación no puede continuar, que peligra tu existencia. ¿De dónde viene tu determinación de entonces? ¿Qué te impulsará a querer transformar el abuso de Gerardo en vida, el barro en flores? ¿Por qué arriesgarlo todo en ese acto supremo de arrojo, de generosidad? ¿Tal vez pretenderás reconquistarlo?, ¿darle el varoncito que él quiere?, ¿mostrarle que sos útil?, ¿criarle un cachorrito de hijo de puta a su imagen y semejanza? Verás cómo él se queda mudo mientras dos lágrimas le cuelgan del mentón.Ya no volverá a decirte que no servís para nada. No, ya no volverá a decírtelo.

Una luz cálida y difusa surge de unos huecos en las paredes. Estas, revestidas de madera, apantallan pasos, murmullos y algún que otro sollozo. Una fragancia floral endulza el aire. En el silencio se escucha chisporrotear un velón, junto a las flores que rodean el féretro de Analía Pietro. Afuera de esta sala íntima hay otra más grande, donde se desarrollan conversaciones apagadas. En el centro, Gerardo, con la cara hinchada de lágrimas, acuna a un bebé.

El bebé tiene buen color.

Respira bien.

 

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