El hijo de Katherine

El hijo de Katherine

                                                                                                            Alejandra Fernández

 

De niña había soñado con ser una cantante famosa, pero ahora soñaba para sus hijos. Sin embargo, la música nunca se fue, sonaba en el piano que ella tocaba todas las tardes, dentro de la modesta casa de dos habitaciones, donde crecían tantos niños. Katherine se enamoró de Joseph y en menos de un año se casó con él, después, se mudaron a la costa del lago Míchigan. Era el inicio de los años cincuenta, y la entonces próspera ciudad de Gary, parecía un buen lugar para imaginar su familia, una familia que trascendería mucho más allá de su imaginación.

Pero aquellos primeros años fueron difíciles. Katherine se sentía bendecida por haber traído seis hijos al mundo, aunque a veces cuestionaba los designios del Señor, es que era tan duro mantenerlos a todos. Joseph tuvo que abandonar “Los Falcons”, que hallaron otro guitarrista, para poder trabajar más horas en la siderurgia U.S. Steel. Aun así, el dinero no alcanzaba, ¿cómo le diría que estaba embarazada de nuevo?, lo haría esa noche; si Josep estaba de buenas. Pero Katherine tuvo un buen presentimiento aquella tarde, cuando reunidos alrededor del antiguo piano, sus muchachos cantaron la más hermosa armonía que ella había escuchado, no había dudas, este séptimo hijo sería una bendición.

Todos dormían al fin, la madre se desplomó en el sofá que los niños habían arruinado con sus juegos, se durmió, y tuvo un sueño extraordinario… Soñó con el hijo qué aún no había nacido. Un niño etéreo y luminoso, que como el de los cuentos, no quería crecer. Pero crecía, y se convertía en rey. Y su reino estaba rodeado de estrellas. En aquel sueño, Katherine podía ver desde la ventana como su hijo caminaba sobre la luna.

—¡Despierta Kat!

Ella abrió los ojos y vio el negro rostro de su hombre.

—Mejor ve a la cama mujer, que yo calentaré la cena. —dijo Joseph y luego besó su frente.

Katherine había despertado feliz, pero el cansancio le ganaba. Sería mejor hablar mañana.

 

Pasaron seis arduos meses. Una lluviosa tarde de verano, el veintinueve de agosto del cincuenta y ocho, Katherine dio a luz por cesárea a Michael Joseph; un pequeño varón de ojos grandes y manos largas en el hospital Saint Mercy de Gary, Indiana.

 

 

 

—Cuéntame abuela, si es que lo sabes, el origen de mi nombre. —le insistía el muchacho a la anciana.

La mujer cerró su libro y respondió

—Tu nombre, mi niño, es digno del hijo de un rey.

Katherine, sabía que al muchacho no le agradaba demasiado llamarse Prince Michael II, y en parte era porque el chico, desconocía quien había sido su padre en realidad. Y aunque estaba por cumplir doce años, tanto él como sus hermanos, se habían criado lo más lejos posible de los flashes y del show business, tal como ella se lo había prometido a su hijo amado.

Entonces, la mujer creyó que ya era hora de contarle a este nieto, la historia de su padre, el más afamado artista de su tiempo. Un niño prodigio que creció en los escenarios, y se convirtió en estrella. Le hablaría de su bella voz, de su música y de cómo le gustaba bailar.  Katherine, intentaría explicar al muchacho, que seguramente algunos consideraban a su padre un tipo raro, excéntrico y ambiguo. Pero también le diría que fueron muchos más, alrededor de todo el mundo, quienes lo amaron y lo proclamaron Rey del Pop. Le contaría que Michael Jackson fue un genio irrepetible, un ídolo que parecía eterno. Y al fin, le diría que su papá fue un hombre trabajador, que amaba mucho a sus hijos; que una noche se fue a dormir, y por culpa del propofol, nunca se volvió a despertar.

 

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