A principios del año 2024 el efímero presidente Javier Milei, quien había asumido
hacía tan solo un mes, vaticinó que en 35 años Argentina se transformaría en una potencia
global.
Y así ocurrió, exactamente 35 años después, en 2059. Claro que el expresidente
—asesinado en la guerra civil de 2024— no llegó a ver de qué manera tan retorcida las
fuerzas del cielo iban a amoldarse a los fines de cumplir su profecía. Aunque nos creamos
capaces de racionalizarla, la Historia demuestra una naturaleza imprevisible. Antes que un
flujo ordenado de causas y efectos, se trata de un sistema caótico en el que pequeños
incidentes provocan grandes alteraciones.
El 23 de diciembre de 2059 alrededor de las veintiuna, Inocencio Saldívar, un peón
de albañil, tomaba mate en la estancia de los Mendía, a veinte kilómetros de
Chacharramendi, un caserío de quinientos habitantes, en La Pampa. Los Mendía habían
ido a pasar Nochebuena a la casa de unos parientes en Santa Rosa, y le encargaron a
Víctor Saldívar, padre de Inocencio, que les vigilara la estancia. Ese día, Víctor no había
podido acercarse a la propiedad, por lo cual había enviado a su hijo.
Víctor, de nacionalidad chilena, era el único albañil de Chacharramendi, vivía solo
con sus tres hijos: Inocencio, de 17, y dos mellizos de 14, a quienes intentaba inculcarles el
oficio. Por alguna razón, no del todo desconocida para Víctor, Inocencio, aparte de no saber
leer ni escribir, era incapaz de secundarlo en las obras —como declaró después en una
entrevista, «de repente se quedaba quieto mirando un punto fijo y se le caían los ladrillos de
las manos»—. A Víctor le quedaba el consuelo de los mellizos, que aprendían el trabajo tan
rápido como habían terminado la escuela primaria. Así que había entrenado a Inocencio
como cebador de mates. Y ¡qué mates!, los mejores de La Pampa, según cada uno que los
había probado —es decir absolutamente todas las personas que habían entrado en
contacto con Inocencio, porque el muchacho, consciente de su don, acostumbraba cargar
una mochila lista con el termo y el equipo de mate, y lo ofrecía con alegría a quien se le
cruzara.
Pero volvamos a aquel 23 de diciembre de 2059. Víctor le había dejado bien en claro
a su hijo que cuando el sol se ocultara debía volver a Chacharramendi; que iba a haber
cumbia, pan dulce y fuegos artificiales, le dijo. Así que cuando el último resplandor se
disolvió en el horizonte, Inocencio emprendió el regreso. Llevaba media hora de caminata
por la ruta de tierra que se ennegrecía minuto a minuto, cuando lo sorprendieron las luces.
Cientos de chispas: verdes, blancas, rojas, azuladas. Bailoteaban como luciérnagas
cruzando el cielo de punta a punta. Inocencio se detuvo. «¡Los fuegos artificiales!» pensó.
Pero las chispas solo eran un prolegómeno. De pronto se apagaron y desde el cenit
descendió un enceguecedor óvalo blanco, que transformó la noche en día. Como un hierro
candente el óvalo se posó a unos trescientos metros campo adentro. Permaneció un
momento en silencio, tras lo cual emitió una serie de tonos musicales «¡La cumbia!», pensó
Inocencio, mientras los tonos seguían sonando. Al rato se abrió una boca dentro del óvalo y
de allí descendieron formas humanoides que se recortaban contra el fulgor blanco de atrás.
A Inocencio le pareció que bailaban. En la mochila conservaba el mate, siempre listo para
convidar, y ellos seguramente tendrían pan dulce…
Esa noche Inocencio hizo su entrada en Chacharramendi alrededor de la una de la
mañana, cuando Víctor y los vecinos se estaban organizando para salir al campo a
buscarlo. Caminaba con gran firmeza, mirando al frente. Los del pueblo lo rodearon.
—¿Dónde te habías metido? —le gritó Víctor, rojo de rabia.
—Allá vamos a construir la primera rampa —dijo, señalando al medio de la avenida
principal (y única) del pueblo—. Con la primera rampa vamos a conseguir los materiales
para la segunda.
—¿Me escuchaste? ¿Dónde te metís..? —No llegó a terminar la frase: él y todos los
demás vieron que Inocencio comenzaba a brillar, y que a su alrededor se formaba una
aureola, como una cáscara de luz.
—Vamos a construir la rampa —repitió.
Un mes después, en Chacharramendi descendían las primeras naves mercantes de
los alciones. Siguiendo las instrucciones de éstos, las rampas se ampliaron y Argentina se
transformó en el único puerto interespacial de la Tierra. Luego de tres décadas, fue el país
más poderoso. Y por más que políticos chinos, rusos y norteamericanos quisieron tentar a
los alciones, estos se mostraron inflexibles ante la posibilidad de habilitar otros puertos.
Habían quedado cautivados por aquel individuo que, en medio de Nochebuena, se
había acercado a cebarles mate.