El monumento se erigía imponente. Aún con el desgaste de los años, de un bronce sin pulir, la expresión de su rostro transmitía la misma brutalidad y demencia de treinta y cinco años atrás. El grabado de la base rezaba: “Javier Milei. Comandante en Jefe de las FFAA. Presidente electo en 2023, de los Argentinos de bien. Para que no olviden nunca que quienes atenten contra la libertad, serán aplastados sin misericordia, con la ira de Dios y sus soldados”
Había sido construido a finales de 2027 celebrando el triunfo sobre “los subversivos” que habían intentado derrocar el gobierno.
El DNU debatido en 2024 había seguido su curso y había sido aprobado a pesar de la lucha del Congreso. Eso había ocasionado innumerables abusos. El Poder Legislativo había aprobado su propia sentencia de muerte y ahora Milei concentraba todo el poder en sus manos. Entre otras cosas, las reuniones estaban prohibidas, los grupos minoritarios habían sido diezmados en represiones, las artes, la cultura eran juzgados como actos de subversión. La educación y la salud se volvieron un privilegio tal como lo había expresado tantas veces en su campaña electoral. Los territorios del país fueron repartidos como si fuesen porciones de torta en una fiesta de cumpleaños. Solo que los invitados a esa fiesta eran los poderes hegemónicos. El Estado y los derechos ganados años atrás con la lucha de muchos, se diluían paulatinamente como un sueño efímero. Como esos instantes que se escurren entre los dedos porque no son lo suficientemente valorados para ser cuidados a conciencia.
Para octubre del 2027, antes de finalizar su mandato, el “padrino político” de Milei, Mauricio Macri había fallecido de un repentino infarto. Fue velado a cajón cerrado con todas las pompas y honores de quien despide a un gran héroe. Se declaró duelo nacional durante un mes. Las banderas de todos los edificios, debieron izarse a media asta y todos debieron usar el brazalete de luto. Un mes después, la Vicepresidenta Patricia Villarruel, sufrió un accidente que le desfigura el rostro. Se traslada a Los Ángeles, Estados Unidos, para su tratamiento y desde allí, renuncia a su cargo abandonando la política y el país para siempre.
A esta altura, el hambre y la indignación habían desatado la ira del pueblo. Eso y la esperanza de un juicio político pergeñado en reuniones clandestinas de algunos legisladores, provocaron un estallido social el 13 de noviembre de ese año. Una multitud enardecida salió a las calles a apoyar el juicio político al Presidente. Fueron brutalmente reducidos por las fuerzas represoras. Miles de muertos y legisladores torturados antes de ser condenados. Ese hecho pasó a la historia como el Golpe del 27.
Después de ese suceso, la Constitución Nacional quedó completamente sin efecto y las elecciones fueron suspendidas por tiempo indeterminado.
El Presidente anunció por cadena nacional su declaración de estado de sitio y exigió por medio de un DNU que se dirijiesen a él como “Comandante”.
Los recuerdos de Rosa eran tan vívidos. Se presentaban raudos, insolentes, podría decirse, conforme contemplaba cada detalle de la estatua. Después del triunfo de las Fuerzas, el Comandante había mandado a sacar la Pirámide de Mayo para ser reemplazada por ese monumento inaugurado el 3 de febrero de 2028. Detuvo su atención en la base donde debían pisar los dos pies de la obra. Pero solo estaba el derecho. El izquierdo había sido mutilado. El borde del corte había sido pintado con aerosol rojo y bajo el grabado oficial, una leyenda escrita, se supone con ese mismo aerosol, le robó una sonrisa cansada: “El pie que no pasó la pileta. Memoria. Nunca más”.
—Mamá, se te hace tarde para la reunión— su hija la sacó de sus memorias y la trajo de golpe al año 2058. Sus huesos octogenarios, que apenas admitían lentos movimientos sostenidos en un bastón, contrastaban con la mente ligera y lúcida de su eterna rebeldía. Echó un último vistazo a la periferia de la plaza. La Casa Rosada totalmente derrumbada. Aún quedaban escombros, la catedral había desaparecido.
Miró por última vez y recordó su amada Buenos Aires ahora en plena reconstrucción.
En cinco horas partía su vuelo de regreso a Neuquén. Tenía que apurarse.
Por suerte el departamento donde estaba parando Pablo estaba solo a cinco cuadras. En la puerta, observó la cuadrícula que formaba el portero eléctrico. Allí lo encontró: 4° “B”. Tocó tres timbrazos.
—¿Doctora?— La voz de un hombre maduro, unos cincuenta y tantos le recordó el jovencito que en sus veintes comenzó a militar con ella cuando sus padres perdieron todo.
—Sí, querido—le respondió con dulzura— Acá estoy. El sonido que habilitaba la entrada no se hizo esperar.
—Entre—Al llegar al departamento, se confundieron en un abrazo sentido y nostálgico. La mirada de la anciana se nubló y el hombre le entregó un pañuelo.
—Doctora Esquivel, no sabe lo feliz que estoy de verla. De encontrarla así, sana y salva con su familia— pronunció con la voz quebrada mirando a ambas mujeres. Rosa Esquivel acunó su rostro de manera maternal y le sonrió serena. Después su expresión afable se mudó a una de preocupación que se tradujo en su pregunta:
—¿Volvés a Neuquén con tu familia, no?
—Sí, por supuesto, doctora. Acá termina mi servicio. Así me lo informó el Presidente.
—Bien, tesoro. Ha sido un honor. Ahora pasemos a tu oficina y terminemos con esto.
Cuarenta minutos después se dirigía al Aeroparque con dos cajas de madera bajo su cuidado.
Durante el viaje en auto y en avión se sentó junto a, la ventanilla. No quería hablar. Sus memorias no tenían piedad y la volvían silenciosa. Su hija conocía muy bien esos momentos y simplemente la dejaba sumergirse en su mundo.
En 2024, cuando aprobaron el DNU, Rosa decidió retomar sus carreras de Ciencias Políticas y Economía. Habían pasado más de quince años, pero no podía quedarse sin hacer nada. La desesperación por lo que sucedía en su país no le permitía quedarse inmóvil. Mientras estudiaba comenzó a militar. A los cuarenta y seis años le parecía mentira. Estudiante y militante como una veinteañera. Para sus cincuenta se había recibido, trabajaba incansablemente y fue así como en un comedor comunitario conoce al joven Pablito Gutiérrez, que había dejado el colegio para trabajar en changas con su papá. Ya no podían pagar el alquiler y dormían a veces en la calle, a veces en algún garaje o refugio que alguien les facilitaba. El partido que recién nacía, “Democracia y Constitución” los acogió y los reinsertó en la sociedad con trabajo para sus padres y el regreso al estudio de Pablo.
Fueron años de caos, guerras civiles, muertes, pérdidas. Para el 2035, el partido ya era una organización sólida. Clandestina, por supuesto, pero cobraba una indiscutida fuerza.
Sus denuncias ante organismos internacionales, las protestas, el trastorno psiquiátrico del Comandante Milei anunciaban el fin del “Oscurantismo argentino” como lo llamaban en el mundo.
A decir verdad, el globo entero se despertaba de maneras inexplicables. Entre otra serie de hechos, la guerra entre Palestina e Israel había encontrado un final así como la de Rusia y Ucrania. Los desastres naturales como huracanes, tornados, tsunamis que habían azotado innumerables regiones también se habían detenido. “Tratados”, “Acuerdos diplomáticos” rezaban en los titulares de los diarios y noticieros. No faltaban las teorías conspiranoicas que hablaban de la “derrota de los reptilianos y el ascenso de los pleyadianos”. Como sea, el ánimo del pueblo argentino era el de un hombre que ya no tenía nada que perder. Las denuncias, las publicaciones en redes sociales, las protestas no cesaban a pesar de los controles, de las amenazas y de las represiones.
Llegó a su casa en la capital de Neuquén y despidió a su hija hasta el día siguiente. Un baño de inmersión relajaría su agitada mente y revitalizaría su agotado cuerpo. Cerró los ojos y se dejó llevar.
Hacia el 2037 el caos era insostenible. El Comandante se iba quedando solo. Su hermana se había marchado a Europa con su sobrino de cinco años. Eso lo había devastado. Luis Caputo había sido asesinado en un atentado en viaje de negocios a Estados Unidos. Un año atrás, la Ministra Bullrich fallecía de cirrosis. Hechos fatídicos que vulneraban aún más su mandato y, si era posible, su estabilidad mental.
En septiembre de ese año sus perros mueren envenenados y allí, en los caniles de la quinta de Olivos inicia un incendio que acaba con su vida.
Su hija llegó temprano al día siguiente. Fueron juntas al estudio y descolgaron el cuadro más grande de esa sala. El retrato de un hombre de expresión serena y amable. Lo había pintado en el año 2026 sin siquiera conocerlo. Por eso, un 5 de abril de 2036 que jamás olvidaría, al verlo ingresar al sótano donde realizaban las reuniones clandestinas del partido, junto a Pablo se había quedado estupefacta.
—Es de confianza—le había asegurado el chico—colabora conmigo en los comedores y merenderos. Tiene grandes ideas para aportar, doctora. Escúchelo.
Detrás del retrato, una puerta que se abriría con dos cerraduras que debían moverse al mismo tiempo. Se miraron a los ojos: “Uno… dos … tres” y giraron hacia la puerta que corrió su cerradura habilitándoles el paso. Bajaron lentamente las escaleras.
Ese joven recién llegado al partido, transmitía toda la confianza, la iniciativa y la inteligencia para resolver el caos que se vivía por aquellos tiempos. Pero, llamativamente para muchos, en su presencia se sentía paz. En un año de trabajo ya era querido y respetado por los miembros no solo del partido, sino de distintas agrupaciones, algunas de las cuales eran de las más extremistas y violentas en su lucha. Y Rosa no fue la excepción. Junto a su hija, le brindaron su apoyo incondicional para cada una de sus ideas.
Después del suicidio del Comandante Milei, la guerra civil estalló en la Ciudad de Buenos Aires. Grupos fundamentalistas volaron la Casa Rosada, la Catedral y parte del Cabildo. Buenos Aires se había convertido en el epicentro de la ira. El ejército salió a reprimir una vez más al mando de Federico Sturzenegger, presidente interino de la Nación. Fue un baño de sangre. Prácticamente un año de violencia y destrucción. Los ciudadanos migraban al interior. Y los que podían, emigraban a otros países. El caos había impedido declarar el duelo nacional. Solo se supo que antes de ser enterrado el cuerpo del Comandante, le habían cortado el pie izquierdo. El mismo pie que había lucido en redes sociales casi quince años atrás.
Finalmente, la doctora Rosa Esquivel, logra una tregua entre las agrupaciones extremistas, su partido y el gobierno. Acuerda una reunión entre el Presidente Interino y su candidato, el hombre del retrato. El lugar elegido fueron los campos de Los Terrones, en Córdoba. Pero solo ella y María de los Ángeles, su hija, conocían la ubicación de ese encuentro. No estuvieron presentes ni supieron jamás lo que sucedió allí. Ese suceso, como un Déjá Vú de la historia argentina, pasó a conocerse como “El segundo Guayaquil”.
El 10 de diciembre del año 2038 “el hombre del retrato” asumía la presidencia de una nueva Argentina que ahora volvía a ser República.
El Estado había vuelto a ser garante de derechos, se lograron acuerdos con otros países de América del sur para restablecer y cuidar los recursos naturales. Las empresas extranjeras debieron partir. La dolarización nunca se logró y la moneda nacional fue cobrando fuerza. Durante esos veinte años, el país volvía a nacer. La capital de la República se trasladó a Neuquén que aún conservaba su petróleo para dar un punto inicial a la reactivación del país.
Desde el año 2038 al año 2055 la Dra. Esquivel ocupó distintas bancas en el Congreso bregando por leyes restauradoras. Su tiempo lo repartió entre la política junto a su hija, sus nietos, y el arte. Pintaba retratos una y otra vez de hombres y mujeres que no conocía y que tarde o temprano se hacían presentes para dirigir el país. Desde distintas agrupaciones, distintos partidos. Pero allí estaban. Y seguían una misma línea que traía paz y prosperidad hacía veinte años. “Aún quedan treinta años de trabajo, le habían confiado. Sus pinceladas son una bendición para esta Nación. No deje de hacerlo”. Aunque hubiese querido, no habría podido. No entendía, pero no podía refrenar el impulso de crear esos retratos. Llegaban a ella con total claridad. Sentía como si pintara a la misma entidad una y otra vez con distintas formas físicas.
Llegaron a la bóveda y allí estaba. La historia argentina que debía atesorar: Las manos del ex presidente Perón, el cuerpo de Evita, del expresidente Alfonsín, del ex presidente Illia. El acta de Independencia original como el de la Revolución de Mayo. Infinidad de tesoros invaluables. Se movió hacia la derecha del recinto y abrió unos expedientes donde rezaba la leyenda “CONFIDENCIAL”. Los abrió. El diagnóstico del comandante: “Trastorno bipolar con delirio esquizoide” El informe se explayaba en la psicopatías que siempre fueron secreto a viva voz. Pasó a la siguiente carpeta: análisis de ADN del “sobrino” del fallecido Comandante que certificaba que era su hijo. Tratados con los conglomerados que habían aceptado abandonar el país. El uso de la energía solar que acababa para siempre con los negociados de la electricidad y el petróleo. Acuerdos entre naciones llamado “La Nueva Patria Grande”… tantas cosas… cerró la carpeta y encendió la laptop. El video de la cámara que sobrevivió al incendio, mostró claramente el recinto de los caniles de la vieja Quinta de Olivos. Villarruel amordazada y atada a una silla viendo horrorizada como los cuatro perros del entonces presidente devoraban a Maurcio Macri. Después Conan, uno de los canes, ante la orden de su amo le arrancaba un pedazo de su pómulo y se lo comía.
—¿Ustedes me van a voltear a mí?— le gritaba a centímetros de su cara.—A su señal, dos hombres la desataron y se la llevaron.
Rosa cerró la computadora y miró a su hija que le extendía su tablet.
—Esta es la noticia de mañana—escuchó en su mente. Hacía unos años que ellas, los distintos presidentes y un grupo de personas cercanas podían comunicarse de esta manera. Rosa leyó:
“Trágica muerte de la doctora Rosa Esquivel. Esta madrugada cayó el avión que trasladaba a la Dra. Rosa Laura Esquivel quien fuera diputada y senadora. Madre de la actual Vicepresidenta Maria de Los Ángeles Esquivel. Fundadora junto a otros activistas del Partido ´Democracia y Constitución’. Luchadora y negociadora incansable de los derechos y la paz para nuestro país. Argentina se pone de pie para despedirla…”
—Gracias por tu legado, mamá—la escuchó pensar. Negó con la cabeza y le devolvió la tablet. Le sonrió y le respondió:
—Vos sos mi legado. Siempre fuiste vos.— Juntaron sus frentes y cerraron los ojos durante unos segundos. Después rosa acarició su rostro. El mes que viene te espero allá.
—¿Sabés el lugar exacto no?
—Sí, el Presidente fue preciso con la información que le llegó. Ellos me esperan en las cuevas de los Terrones con toda esta historia para custodiar.—Llegaron los oficiales y los soldados para empezar a juntar las cosas que debían trasladar.
—Te espero arriba—le dijo María de Los Ángeles usando su voz delante de los militares. Su madre asintió.
—Por favor con cuidado. Hay cosas muy delicadas— les recomendó supervisando el espacio circundante.
Y allí las vio. Las dos últimas cajas que había ido a buscar a Buenos Aires. Las que habían movilizado tantas memorias. Solo treinta y cinco años habían pasado y ella los sentía como si hubieran sido doscientos. “En treinta y cinco años, seremos una potencia mundial” había anunciado el presidente electo en 2023. Pensó en los titulares de esa mañana del año 2058: “La Republica Argentina. Nación resiliente a casi veinte años de haberse liberado de la dictadura de una patocracia, celebra la desaparición de escuelas y hospitales privados logrando su meta de garantizar derechos fundamentales con un Estado que ha vuelto a resurgir…” Exhaló una pequeña risa de satisfacción mientras abría las cajas: en la primera, una bota de bronce pintada con aerosol rojo. En la segunda un pie disecado, perfectamente conservado. Rechoncho, azul… bizarro. No se veían hongos a simple vista. ¿Quién sabe…? Quizás hubiese pasado la pileta.