El pozo

Íbamos en el avión con destino a Barcelona, junto a Ricardo, mi marido. Por una cuestión de costos, hicimos trasbordo en Montevideo a una línea más económica. Fue allí, que me dijo:-  compro el Diario El mundo para saber que noticias trae – yo no le respondí, ya estaba harta de sus lecturas y comentarios, como si fuera a solucionar algo de nuestro matrimonio.

De pronto, me grito:- Mirá lo que dice-  No le respondí. Comenzó a leer con esa voz pastosa que en algún momento me sedujo y hoy me parecía anacrónica.

Fue ahí que me enteré, que meses atrás, un hombre en Ipatinga (Brasil)  habiendo tenido un sueño, con que debajo de su cocina a cierta profundidad había oro, por lo que después de decirle a su mujer, comenzó a cavar, llegando a los cuarenta metros. No se sabe muy bien por qué, el hombre se cayó. Obviamente murió. Le dije que no había nada interesante. Ya estaba muerto. Si la codicia lo llevo a ello, bien muerto estaba.

Ricardo siguió leyendo: “-Su mujer de nombre Zulei estaba cerca de él junto con un vecino. Ella llamó a la policía, la que concurrió al lugar, también a la ambulancia  al solo efecto de retirar a ese hombre, aunque ya era un cadáver”.-  Interrumpí:-  No tenían otra opción. ¿No iban a tapar el pozo  con el muerto allí abajo?

Cuando dijo el nombre Zulei, me sorprendí. Era demasiada casualidad. Zulei una brasileña que había trabajado en casa hasta tres años atrás, me había contado en alguna oportunidad, que era de una familia muy humilde y se casó con su primer amor, el que resultó ser poco honesto y con escasas ganas de trabajar. Que era muy probable, que al volver a Ipatinga se divorciara.

Luego de su regreso a Brasil, no tuve más noticias de ella. Mi marido me preguntó:- No será la que trabajó en casa?- Le respondí que lo dudaba. El me respondió:- Mirá, acá esta la foto de ella y se parece mucho- le di un vistazo al diario y volví a negar. Ya nos llamaban para tomar el avión con destino a Barcelona. El vuelo fue peor que un viaje al espacio en una cápsula., Entre asiento y asiento mis rodillas se topaban con el de adelante y detrás de mí, un chico de cuatro o cinco años me pateaba el respaldar, lo que impidió que durmiera. Le dije a mi marido, que sería la última vez que tomaba ese vuelo. Era imposible dormir. De comer: un solo plato de pastas y una copa de vino o agua. Además que tuvimos que llevar cada uno, una valija, cuyo peso no superara los doce kilos, más una mochila.

Al llegar nos esperaba nuestro hijo. Abrazos, besos y luego nos dijo:- ¿Se acuerdan de Zulei? – Le respondimos que sí al unísono. 

-Mirá- le dije – ya sabemos que el marido se cayó en el pozo y se murió.

-¿De qué hablan? – increpo Fede.

En ese momento Ricardo le alcanzó el diario para que leyera, pero Fede, con su brazo lo apartó, prefiriendo dejarlo para más tarde. Tenía ganas de contarnos sus días allí, el trabajo al que había sido ascendido y su noviazgo-convivencia con una catalana. Temí que estuviera en el apartamento, pero me tranquilizó al decirnos que la conoceríamos en unos días. Esbocé una tibia sonrisa

Ya por la noche leyó la noticia. Caminó hacia mí.

-Ma, me parece que el pobre diablo no se cayó. Lo tiraron.

-¿Qué decís?

  • Es Zulei Da Ragueira, la que trabajó en casa- dijo
  • Y si fuera así ¿de dónde sacaste que el tipo no se cayó?
  •  Pero fíjate. En la nota ésta, ella llorando y sobre su hombro izquierdo la mano del vecino ¿entendés?. O sea le pasa el brazo por la espalda.
  • Obvio – contesté – la mujer está desesperada y el vecino la contiene.
  • No mamá. El tipo debe haber sido su amante, El infeliz del marido creyó en un sueño y comenzó a cavar, a la par que hacía una escalera.
  • Bueno, como dice la nota cuando estaba próximo a bajar de la escalera ya en la cocina,  trastabilló y se mató, clarito – dije
  • Parece que la querés justificar- dijo Fede.

En ese momento sentí que Zulei se me parecía, ambos con maridos que no les gustaba trabajar. El mío, Ricardo, con períodos en que no conseguía, quedándose en casa haciendo algunas tareas del hogar. En otros  con trabajados que finalizaban a los cuatro o cinco meses, a veces a los dos años, por circunstancias desconocidas. En lo que se diferenciaban, era que Ricardo nunca me puso una mano encima, como a Zulei, que cuando reclamaba algo, según me había contado, él enfurecía y la molía a palos.

-Mira hijo, deja las cosas así. La policía investigó, llegando a la conclusión que fue un accidente. Punto.

– Mamá. Yo pregunté por Zulei cuando llegaron, porque hace un mes, camino a la oficina, ya que no hago tele-trabajo, pasé por la Basílica de la Mare de Déu de la Mercé. La vi entrar con el tipo de la foto.

– Eso no aclara nada- dije

– A los dos o tres días fuimos con Aisha, mi futura esposa. Encontré a Zulei llorando sobre un banco mientras rezaba. El gilipollas, bueno de eso tiene poco. El de la foto estaba a su lado de pié.

– ¿A qué fuiste a la iglesia? – pregunté.

-Ya te conté mamá  que Aisha, mi mujer,  se quiere casar por iglesia. Por eso.

-Pero, no entiendo.

– Yo le voy a dar el gusto.- al momento que ingresaba mi esposo a la sala –  Les doy una sorpresa, aprovechamos la estadía de Uds. acá y nos casamos en un mes. Ya avisé a los tíos que vienen unos días antes, a mis primos que están en Madrid y  amigos que residen cerca.

Sentí que Fede ya no me pertenecía, que había cambiado demasiado. No era el chico de la facultad que los fines de semana iba a jugar al rugby. Era un hombre independiente, con un proyecto laboral más que interesante y una mujer que pronto sería su esposa, con quién supuse tendría hijos.

-El asunto es que cada vez que paso por la iglesia ingreso y ella está ahí de rodillas Se siente culpable, por eso digo que no fue un accidente- expresó mi hijo.

En ese momento quería cambiar la conversación, no conducía a nada, así que me puse a hablar de la jubilación de padre, que era la mínima, lograda como él sabía, por un decreto presidencial de hace diez años. Que vivíamos con mis ingresos como contadora en la empresa americana, en la que aún continuaba  Lo que no conté es que  desde hace más de diez años, siempre había sido así y ya estaba harta.

A la semana, el asunto había dejado de ser tema de conversación, no obstante que cada vez que Fede pasaba por la basílica, decía:- La vi otra vez, entré y ella se arrodillaba para rezar. Me fui, temí que me viera.

Le comenté que quería ir con su papá a Toledo, una ciudad que me atrajo mucho la primera vez que estuve en España. 

Al día siguiente sacamos los boletos en tren con su padre y fuimos hacia allá. Mientras Ricardo leía el diario, a la par que lo comentaba, me acordé de aquella primer y única visita de hace más de treinta años. Habíamos ido a las  Puertas de Bisagra atravesando las Murallas. La sensación de sacarme la foto sobre la muralla, al tiempo que le decía a mi madre lo hiciera, resulta un recuerdo inolvidable, por la sensación que me atravesó. Logré hamacarme un poco como haciendo una broma, pero al girar la cabeza hacia abajo me di cuenta del peligro. Así que, luego del clic de la cámara nos fuimos. Fue una sensación extraña, como si mi alma hubiera caído cien metros, como desprendida de mi cuerpo al que ya no pertenecía. A los minutos me repuse. 

Llegamos con Ricardo, hicimos el mismo paseo. Luego a las murallas, donde me pidió le sacara una foto.  Era el momento exacto, le tomé una pierna un poco hacia arriba, no pudo mantener la estabilidad y cayó. Se terminó. Luego mis gritos, unos pocos turistas que se acercaron, la policía, llamados telefónicos, papeles, trámites y la vuelta.

En un instante escuché la voz de Ricardo:- Y ¿para cuándo la foto? – hice clic y finalizó.

Por la tarde, antes de regresar al hotel all-inclusive, regalo de mi hijo, fuimos hasta el Alcázar de Toledo, construcción de sesenta metros de lado, enmarada por cuatro grandes torres de aproximadamente igual altura, con ventanas en cada una de ellas. Ricardo recorrió las escalinatas hasta lo alto, como un chico brillando de felicidad. Se asomó por una de las ventanas, llevando la mitad de su cuerpo hacia afuera. Me inundó un halo de amor, le grité:- Cuidado. Mirá que hay mucho viento y a veces se embolsa – Mi esposo se incorporó por completo, giró, me miró. Me regaló un guiño y respondió:- Déjame disfrutar este momento, es único – Volvió a sacar parte del cuerpo hacia afuera. Unos instantes después todo terminó.   

.El casamiento de Fede se suspendió por un año. Volví a Buenos Aires. En el aeropuerto me esperaban abrazos y llantos de mi hermana, cuñado y un par de amigos. Yo estaba tiesa como soldadito de plomo, no pude levantar los brazos devolviendo consuelo a los presentes. 

Regresé a Barcelona para el casamiento tan deseado de mi hijo. Me recibieron él y su futura esposa en el aeropuerto. Ambos se acurrucaron en mi pecho.  Me hospedé en un hotel cercano. Al día siguiente la boda. La ceremonia fue idílica. La fiesta un sueño.

Por la mañana del tercer día comencé a caminar por la ciudad. De pronto una iglesia. Ingresé Era en la que se había casado Fede. Fui hasta un banco. Como lo había hecho diariamente durante el último año en Argentina, me arrodillé para rezar. Al tiempo que una mujer muy cerca, casi a la par me miraba. Nos miramos, era Zulei con ojos llorosos. Me tomó la mano, apretamos con fuerza y comenzamos un Padre Nuestro. 

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