Hace unos días estaba en la escuela, y me había enojado con una compañera porque se ponía a cantar arriba de lo que yo trataba de decirle y me ignoraba. Me enojé y le tiré del pelo. Se puso a llorar y la directora me retó a mí.
La seño después vino y me vio llorando. Se acercó y le conté lo que pasó. Después llamó a mi compañera, y las tres nos quedamos en el salón hablando con ella. La seño nos escuchó, y después nos enseñó algo re importante:
“Para poder entendernos bien, hay que sentarse y hablar las cosas, tranquilos y con respeto”
El martes, mi papá y mi mamá se pusieron a pelear en su habitación. Yo los escuché atrás de la puerta. Se estaban gritando y diciendo que era culpa de uno o del otro que pasara no se que cosa, y que tampoco se ayudaban con otras cosas de grandes. No entendí muy bien; pero mientras miré por el agujerito de las llaves de la puerta, vi a mi mama llorando, y a papa mirando enojado por la ventana a la calle.
Yo los quiero mucho a mis papás. Ellos siempre trabajan mucho, pero cuando vuelven a casa jugamos mucho juntos también, y nos reímos aprendiendo cosas nuevas. Era muy triste verlos pelear así.
Así que tuve una idea. Me acordé de una de las recetas de galletitas que aprendía con mi mamá hace unos días.
Me fui a la cocina a preparar todo: saqué la caja de avena, agarré tres bananas, el Nesquik para la chocolatada, y me puse el delantal. Pelé las bananas, las pisé con el tenedor, y luego con la avena y el chocolate fui mezclando todo. Cuando todo estaba listo, les di forma de galletitas, las puse en un platito, y me subí a la silla para dejarlas en el frízer
Limpié todo, y me fui a mi pieza a ver la tele. ¡Menos mal que no se dieron cuenta!
A la noche cenamos muy callados, y me fui a dormir un poco triste, pero sabía que mis galletitas iban a funcionar.
A la tarde de ayer, cuando llegó mi papá, el y mamá volvieron a discutir en la pieza, y yo fui a su habitación. Les pasé por abajo de la puerta una hojita en la que escribí “Vayan al comedor”.
Un ratito después tocaron la puerta de mi pieza. Cuando les abrí me abrazaron los dos y me pidieron perdón. Encontraron las galletitas que les dejé, y les puse en otra hojita de papel lo que la seño me dijo.
“Para poder entendernos bien, hay que sentarse y hablar las cosas, tranquilos y con respeto”
Ahora siempre los escucho hablar, pero mucho mejor y ya no se pelean. ¡La seño tenía razón!
(Mía, 6 años. Cumple 7 en un mes)