Los muchachos me apodaron el Nene, porque la primera vez que me subí a un equipo, era un pibe de apenas veinte años. Y pensar que, el mes que viene, serán otros veinte ganándome el pan con un camión, por estas rutas eternas de la Patagonia. En todo este tiempo, muchas cosas extrañas me han pasado en los caminos. Y no solo a mí. Alguna que otra vez, escuché historias de situaciones insólitas que les ocurrieron a otros choferes. Aunque, de estas vivencias, no se acostumbra hablar. Es que la gente no las toma en serio, y desde ya, a nadie le conviene que lo tomen a uno por loco o bolacero. Aclaro que yo siempre me consideré un tipo escéptico, de esos que a todo le encuentran una explicación lógica o racional. Es que después de muchas horas de manejo, la percepción se desgasta y es muy fácil confundirse; la niebla, las luces, el camino, el cansancio… Pero lo que me ocurrió hace tres años, circulando por la ruta provincial N° 2, en la provincia de Río Negro, fue lo más raro que me tocó vivir. Y podría asegurar que, desde esa noche, cambió para siempre mi manera de pensar.
Aquella vez, transportaba una carga desde Gaiman, provincia de Chubut, y me dirigía a Plottier en la provincia de Neuquén. Es un viaje de más o menos diez horas, por ruta 3 hasta San Antonio Oeste, y allí se empalma a la ruta 2. Y justamente, saliendo de San Antonio Oeste, sobre la ruta 2, se encuentra un sector conocido como La Bajada del Gualicho. De ese lugar, circulan muchas historias de camioneros y conductores, que ahí vieron o les han pasado, cosas muy extrañas. El Chueco, un colega veterano, varias veces me había advertido:
— Acordate siempre Nene; no vayás a detenerte cuando pases por ahí, y jamás, pero jamás, se te ocurra hacer noche.
Pero francamente, yo nunca tomé en cuenta esos consejos, y a pesar de haber hecho incalculables veces aquel recorrido, aquella noche, fue la primera vez que me detuve en esa zona. Y la verdad, es que el Chueco tenía razón.
La medianoche, me encontró pasando por la célebre bajada. El sueño y el cansancio me impedían continuar, así que decidí parar a un costado, aunque sea un par de horas, para recuperarme y seguir después. Paré en un sitio confiable, donde pude estacionar el equipo, corrí las cortinas, me acomodé en la cucheta y traté de dormir un poco. Era verano, la noche estaba serena y despejada. El paisaje inmenso de aquel lugar es descampado, árido, silencioso, patagónico. No había nada de viento, y la ruta estaba más que tranquila.
Todavía entredormido, empecé a escuchar ruidos fuera de la cabina, eran pasos. Mis ojos se abrieron, y me quedé inmóvil unos instantes; no se volvió a escuchar nada. Al rato, volvieron a escucharse los pasos, pero esta vez, además, se oían voces. Parecían murmullos; de gente hablando. Traté, pero no pude entender lo que decían, aunque estaba seguro de que se trataba de personas. Y entonces, sentí un repentino escalofrío, cuando entre aquellas voces, pude distinguir voces de niños. Chicos, que reían o jugaban. Mas allá del miedo que me causaba la situación, pensé que, a lo mejor, una familia se abría detenido. Probablemente, vieron el camión parado y les pareció más seguro estacionarse ahí. Pero me pareció raro, por no decir imposible, no haber advertido el ruido de las cubiertas sobre el ripio de la banquina. Y de pronto, todo volvió a ser silencio.
Entonces, bajé un poco la ventanilla y alumbré con la linterna en dirección a la ruta, y estaba desierta. Después, hice lo mismo, pero del lado del acompañante. Y lo que vi, fue espeluznante. Eran varias sombras, negras y espesas, que venían del descampado y se aproximaban al camión, pero lo más impresionante, era que el haz de luz de mi linterna las atravesaba. Supongo que estaría temblando, porque la linterna se me cayó de las manos, y en una décima de segundo, me subí al asiento del conductor. Torpemente, busqué en los bolsillos las llaves, y en ese momento, la cabina del camión se empezó a hamacar. Corrí las cortinas y … ¡no había nadie!. A pesar del bamboleo, logré poner en marcha el camión, y salí de ahí lo más rápido que pude. Manejé unos cuantos kilómetros, hasta que, al fin, llegué a una estación de servicio y ahí me detuve.
Como a las dos semanas, me encontré al Chueco en Rio Colorado. Al viejo se le soltó la risa en mi cara, cuando le conté lo que me pasó en la maldita bajada.
— Te lo dije Nene, y paraste igual en la Bajada del Gualicho. Es que ese lugar es prácticamente un cementerio. Ahí, pasaron muchos accidentes, y está plagado de almas en pena.
Yo, que antes me habría tomado en joda los cuentos del Chueco, escuché atentamente mientras él seguía hablando.
—Cuentan los lugareños, que ese lugar está habitado por dioses y fantasmas tehuelches. Hay un mito, que dice: que toda persona que pase o se detenga en la bajada, debe arrojar alguna ofrenda para no enfurecer al terrible Gualicho, el dios malicioso de los tehuelches. Por eso, la gente que pasa acostumbra lanzar, monedas, comida, puchos; para el dios.
—Si, ya lo sabía Chueco, como tocarle bocina al Gauchito Gil. Pero, te aseguro que esto era otra cosa.
El viejo lanzó la colilla de un capirotazo, puso su mano sobre mi hombro y con voz baja dijo:
—Bueno, también existen otras leyendas, más oscuras, que hablan de brujas, aparecidos y hasta de sacrificios humanos.
Me despedí del él, más desconcertado que antes, aunque por dentro me preguntaba; ¿hasta cuándo pensará seguir trabajando este viejo?. Y desde entonces no nos volvimos a cruzar. Claro que, en los últimos años, pasé varias veces por la Bajada del Gualicho, pero nunca más paré, y ni siquiera me he detenido un momento, en ese lugar de nuevo.
Después de la vez que hablé con el Chueco, no volví a tocar el tema. Y lo tenía bastante olvidado hasta hoy. Está amaneciendo y en media hora voy a entrar en Bahía Blanca. En mi teléfono, llueven los mensajes. Después de tantas horas, debe haber enganchado señal. Me detengo en una banquina segura, para mirar el celular antes de la entrada a la ciudad. Todos los mensajes son del grupo, varias fotos de un accidente que subieron los muchachos. En Rio Negro, sobre la ruta 2, saliendo de San Antonio Oeste, chocaron dos camiones de frente. Uno de ellos, es el del Chueco.