La noticia se esparció por todo el estado de Minas Gerais, y finalmente estaba en boca de todo Brasil.
En concreto, un hombre de poco más de setenta años, procedente de la ciudad de Ipatinga, manifestó en un sueño que, bajo su casa, había un tesoro escondido de valor incalculable. Sin embargo, tras una excavación de casi cuarenta metros, Joao Pimenta Da Silva perdió el equilibrio al bajar nuevamente y falleció por los golpes.
Su vecino y amigo, Arnaldo, trató de advertirle que era una estupidez el buscar oro a través de los sueños. Nunca lo escuchó.
Meses más tarde, fue el mismo Arnaldo quien tuvo otra profecía. En ella, el mismo Pimenta le dijo con una sonrisa que se había quedado corto, y que el tesoro estaba bajo los cincuenta metros. A pesar de su escepticismo, Arnaldo continuó con la excavación.
Tristemente, falleció de la misma forma al pasar los setenta metros.
El diario Globo publicó tiempo más tarde otra muerte. En el mismo lugar, el sueño profético de riquezas y gloria condujo a varios a su perdición. Poco a poco, las personas que se adentraron en aquella búsqueda a pesar de las medidas de seguridad, hallaban siempre el mismo destino. Todos, nublados por aquel mismo patrón de sueño profético.
Uno tras otro como moscas, todos caen en la trampa. Esta es la respuesta de mi gente a los que oprimieron a mis hermanos, quitándonos nuestras tierras, y obligándonos a construir las casas para esos.
Decían que nuestros hogares no eran más que terrenos “baldíos” … ¡baldíos!
Juro por mi pueblo que vivió en esta tierra antes que yo, y por mi sangre hirviendo de rabia, que podrán descansar en paz nuevamente en nuestra casa.
Cuando la luna empiece a ser consumida poco a poco por la noche, y los vientos soplen del oeste, empezaré otra vez el ritual.
Que tengas buenas noches…