Hace unos días, mientras revisaba mis mails como lo hago habitualmente, entre ellos, hallé uno que tenía un asunto bastante raro, el cual llamó mi atención y decía: “Yo no debería existir aquí. Por favor ayúdame a viralizarlo”.
Como parecía un remitente normal, y no un spam, por curiosidad, decidí abrirlo. Era un texto extenso, lo leí hasta el final. Comenzaba así:
“Sé que cuando empieces a leer mi relato, te resultará poco creíble, pero lo que te voy a contar es cierto, y es la realidad en la que estoy viviendo desde hace tanto tiempo que no lo podría especificar. Por eso necesito desesperadamente que alguien me ayude, y ésta, resultó ser la mejor manera que encontré para divulgar mi historia. Quizás alguna vez, escuchaste a cerca de la teoría de la inmortalidad cuántica, te confieso que antes yo jamás me había interesado en el tema, bueno, ahora pienso que es la única explicación posible para mi martirio.
Te pido disculpas, porque aún no me he presentado, me llamo Erik Martínez y solía ser un muchacho bastante rutinario que trabajaba en una estación de servicio como playero. Aquel día, aproximadamente una hora después de tomar mi turno, cerca de las cinco de la tarde, de repente mis compañeros y yo, vimos como las personas corrían despavoridas por la avenida; todas hacia la misma dirección. Los autos se detenían o colisionaban, mientras la gente gritaba y se arrojaba de sus vehículos. Parado en el medio de la avenida, pude observar a la distancia, una gigantesca nube con forma de hongo gris, que se extendía a gran velocidad y venía hacia nosotros. Por eso todos corrían desesperados.
Aterrorizado, huí en dirección opuesta a la nube, pero a medida que avanzaba, me daba cuenta que era inútil, era cuestión de segundos para que el humo me atrapara. Miré y a mi alrededor todo era caos y destrucción. Las personas aglomeradas se empujaban unas a otras, y los que se tropezaban y caían, eran aplastados por la tremenda avalancha humana. El aire era insoportablemente caliente, y de golpe, el rugido de un poderoso estruendo me dejó sordo. Mis ojos se cerraron por un instante, y cuando volví a abrirlos, un resplandor incandescente de energía, los atravesó en un nano segundo centellando como un rayo dentro de mi cabeza. El dolor que sentí en aquel momento era inaguantable, el más intenso dolor que haya tenido. Sentía como mis ojos, junto con toda mi piel, se derretían como si fueran de cera. En aquellos momentos, no vi ninguna luz al final del túnel. Tampoco lo que había vivido se proyectaba como en un film. Solo sentía ese dolor inmenso y el olor de mi carne quemada. Entonces, desperté en mi cama.
No podía comprender bien, si lo que había experimentado, fuera un sueño u otra cosa. ¡Había sido tan real! Inmediatamente me duché, y supuse que encarar mi día como otro cualquiera sería lo mejor. Después, llegué al trabajo en el horario habitual y todo parecía normal. Al cabo de una hora, una moto ingresa a la estación a recargar. El conductor, un tipo grande vestido de negro, desciende sin sacarse el casco y de la campera extrae una pistola con la que me apunta directo a la cabeza. Traté de mantener la calma, y le ofrecí al delincuente la recaudación. Al ver aquella situación, mi compañero empieza a gritar pidiendo auxilio. El tipo no lo había visto, los gritos lo confundieron y apretó el gatillo.
Volví a despertar en mi cama, con el zumbido del disparo todavía en mi cabeza. Después, cuando reaccioné, decidí que esta vez rompería mi rutina. Ese día no iba a ir a trabajar. Supuse que aquellos terrores nocturnos se debían al cansancio o el stress, así que inflé mi bicicleta y salí a buscar un poco de paz y naturaleza. Pedaleé durante unos diez minutos en dirección al parque de la ciudad, mientras, mi mente empezaba a serenarse. Después de todo, solo habían sido un par de locas pesadillas, pensé ya más tranquilo. Miré al cielo, que lucía diáfano y despejado, respiré profundo, y me sentí afortunado. Creo que fue entonces cuando llegué a una esquina y no vi el auto que la cruzaba. El coche iba a altísima velocidad, no me dio tiempo a nada. En un instante, mi cuerpo destrozado, estaba atrapado entre el vehículo y un corralón de ladrillo. No sentía dolor, pero podía ver como me chorreaba la sangre, no podía moverme, me costaba demasiado respirar, hasta que ya no pude hacerlo. Lo que sigue; seguramente ya te lo imaginás.
Me encuentro atrapado en este eterno retorno que se manifiesta en mi existencia, día tras día. He perdido la cuenta de las veces que morí, y que volví a despertar en mi cama. Me he ahogado, he caído al vació, me he calcinado. Me mataron, y me quité la vida infinidad de veces. He visto todo tipo de fenómenos naturales, guerras y atrocidades que, nadie, nunca, debería ver. Intenté, una y otra vez, de encontrar la manera para romper este círculo, pero ha sido en vano.
Es muy probable que no me creas ni una sola palabra, lo sé, pero alguien, en algún momento, lo hará y tal vez pueda ayudarme. Es mi única esperanza. Créeme, y aunque trates, no podrías imaginarte jamás lo que se siente al despertarte cada día, con la certeza de que hoy vas a morir. Sin embargo, todos los días, cuando despierto me hago la misma pregunta… ¿será hoy el día en que por fin cambiará mi horrendo destino?”