Un limonero bebé

El patio de la casona se ve más lindo que nunca. Recibió visitas en estos días y hoy se reconforta luciendo sus nuevas orquídeas en la esquina sur; las amapolas, que huelen tan rico, despuntan sobre los canteros del este y un limonero bebé comenzará a nacer en marzo, justo para recibir las templadas lluvias del otoño. La pequeña fuente de agua que descansa en el centro, como si fuera el mismísimo sol, recibió tres manos de pintura color gris petróleo. Todo el jardín está volviendo a ser un jardín. Está volviendo a ser lo que era, recuperando su semblante y su espíritu. También lo hace la casona, que necesitó mucho más que pintura para volver a respirar. 

Por años, las enredaderas fueron haciéndose camino sobre las paredes nostálgicas y robustas. Por las canaletas del alero izquierdo, que miran al río, crecieron pequeñas flores amarillas. Los interiores se ahogaron en humedad, los empapelados, ahora color sepia, chorreaban vastos lamparones desordenados. Trescientos tipos distintos de telarañas decoraban los rincones del techo y también, algunas, dormían sobre los dinteles de las puertas. Ruidos extraños sucedían bajo los pisos cada vez que la calle caía rendida y se ponía a dormir. No eran ruidos de miedo, eran ruidos de vida moviéndose por los distintos ambientes. Las cañerías, no todas, pero sí la mayoría, se encontraban atravesadas por las raíces de un sauce llorón plantado en la vereda. Sus raíces son tan caóticas y sedientas que no importa lo que exista a su paso, romperá lo que sea necesario para calmar su sed. 

Más de un centenar de lijas besaron las treinta puertas veteranas y quejosas para dejarlas elegantes y mudas. La bañera patas de león se inundó en bicarbonato y vinagre cerca de quince veces para ofrecer, de nuevo, esa luminosidad de origen. Los escalones, de una madera ya vieja y ondulada, fueron permutados por delicados cortes de un roble joven y fortachón. Las alacenas tuvieron que despedirse, lo hicieron junto con un bahiut estilo provenzal del siglo pasado. La casona y el jardín volvieron a estar listos para recibir una nueva historia de amor, que el destino juntó en la esquina de un bar hace más de seis meses.

 

La pequeña fuente de agua que descansa en el centro, como si fuera el mismísimo sol, consiguió ser el centro de atracción de aquel avión que viene en picada. Que respira odio con cada milímetro que desciende. Que transpira venganza por cada una de sus alas. Un gigante de acero que grita furia y que no dejará que esa nueva historia de amor lo perpetúe en el olvido. Hay ruidos desgarradores dentro de la panza del gigante, y voces extrañas que murmuran desorganizadas en su cabeza. El gigante sabe que morirá en el mismísimo instante que roce las amapolas. La nueva historia de amor no despertará para ver otro día. Y la casona no tendrá quien la resucite, porque ya no habrá casona ni jardín, ni nuevas orquídeas en la esquina sur y el limonero bebé, no recibirá las templadas lluvias del otoño.

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